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20 de diciembre de 2013

No hay sombra en el espejo

No es la primera vez que escribo mi nombre,
Renato Valenzuela,
y lo veo como si fuera de otro, 
alguien lejano con el que hace tiempo perdí contacto.
En otras ocasiones, frente al espejo, 
cuando termino de afeitarme, 
veo un rostro que apenas reconozco, 
como si fuera un borrador o una caricatura de otro rostro, 
al que estoy más o menos habituado. 
Entonces pienso que esa mirada no es la mía, 
que esas pupilas de rencor no me conciernen, 
que esas arrugas pertenecen a otra máscara, 
que esos fiordos de calvicie 
no se corresponden con mi geografía capilar. 
Es cierto que tales dispersiones suelen ser momentáneas, metamorfosis que duran lo que un suspiro, 
pero siempre me dejan inestable, desasosegado, indefenso. 
Es por eso, Renato Valenzuela, que tal vez 
haya llegado el momento de ajustar nuestras cuentas. 
Con el tiempo, con el pasado, con las heridas, 
con las promesas, contigo / conmigo. 
Todas.
No caigamos en la vulgaridad de achacarle todo lo ignominioso a la borrosa infancia. 
Allá quedó, detrás de la neblina. 
Mis recuerdos se dejan ver a través de un vidrio esmerilado llamado memoria. 
Te veo desnudo en el campo, 
bajo una lluvia que no discriminaba, 
los flacos brazos en alto, 
gozando de esa felicidad inaugural, 
que por cierto no volvería a repetirse, 
al menos con esa intensidad.
Te veo niño, 
asombrado ante el raro espectáculo del peoncito que fornicaba (vos creías que jugaba) con alguna oveja, pasiva e inerte, por supuesto ausente de aquella violación antirreglamentaria. 
Tu adolescencia fue un sueño. 
Soñabas incansablemente y cuando por fin yo despertaba vos seguías soñando. 
Con bosques, con olas, con pechos, con soles, con hambres, con manos, con muslos. 
Tus sueños eran de deseo y mis vigilias eran de censura.
A menudo surge algún sabio de pacotilla, 
capaz de asegurar que el espejo siempre es honesto. 
Mierda de honesto. 
El espejo es un farsante, un traidor, un ladino. 
Ese Renato Valenzuela que está ahí, mirándome socarrón, pálido de tanto insomnio, 
es un remedo frágil de mí mismo, un facsímil sin sangre, 
una cosa. 
¿Dónde está, por ejemplo, el latido de mis sienes, el corazón rebosante de logros y fracasos, las manos que no son garras sino proveedoras de caricias?
La estampa del espejo es lo que no quise ser: un fantoche gastado que convoca a la muerte. 
Por esos falsos ojos circulan escombros de deseos, 
que ya ni siquiera puedo vislumbrar y menos aún rememorar. Ese Renato Valenzuela es un epílogo del Renato Valenzuela que digo ser. 
Que soy. 
¿O no? 
¿O será acaso, este yo de carne y hueso, el pobre duplicado del que se mueve en esa luna? 
Dijo el poeta: "El mar como un vasto cristal azogado/ refleja la lámina de un cielo de zinc". 
Ese Renato de cristal azogado reflejará la nada de mi cielo de zinc?. 
O acaso estará más cerca de lo que dice en la estrofa siguiente: "El sol como un vidrio redondo y opaco/ con paso de enfermo camina al cenit?"
¿Dónde está, en esa copia servil que es el espejo, 
el veinteañero aquel que sedujo a Irene, 
o sea el seducido por Irene, 
el que tembló como una vara cuando ella lo enlazó con sus brazos de enigma?. 
¿Dónde quedó el que besó y besó aquel cuerpo indescriptible, 
se sumergió cándido en él, feliz sin asumirse, 
volado en el amor?
No hay sombra en el espejo. 
La sombra es de los cuerpos, no de las imágenes. 
Mi hijo Braulio tiene seis años de sombra. 
Nunca lo pongo frente al espejo, para que no la pierda. 
Irene, en cambio, ya no tiene imagen. 
Ni sombra. 
Se la llevó el espanto. 
Hay finales de paz, de dolor, de inercia, también de espanto. 
El suyo fue de espanto. 
Sin embargo, en los ojos del espejo no está su muerte. 
En los ojos de mí mismo sí lo está. 
Es imposible desalojarla, omitirla, extraviarla.
Mi hijo me mira con los ojos de Irene. 
Un río de tristeza circula por mis venas, 
pero me he olvidado de llorar. 
Con mis ojos y con los del espejo. 
A Braulio no lo traigo al espejo para que no se gaste, 
para que no empiece, tan niño, a envejecer, 
para que siga mirando con los ojos de Irene.
Aclaro que todo esto es de un pasado. 
Reciente, pero pasado. 
Reconozco que hoy tuve una sorpresa. 
Como todas las mañanas me enfrenté al espejo y le hablé. 
Le hablé y le hablé. 
Creo que hasta le grité. 
De pronto advertí que la boca del espejo permanecía cerrada. Volví a hablar, lo insulté. 
Y nada. 
Sus labios no se movieron. 
Curiosamente, su mirada era de retroceso.
Entonces sentí que me inundaba un extraño regocijo, un esbozo de felicidad.
Y no era para menos. 
Por vez primera lo había dejado mudo. 
Por vez primera lo había derrotado. 
Inapelablemente.

Mario Benedetti 
  "Buzón de tiempo".                           


29 de noviembre de 2013

...La Idiotez

(*) A veinte pasos del patíbulo […] creía  que sólo le quedaban cinco minutos de vida, nada más. Decía que esos cinco minutos le habían parecido una eternidad, una inmensa riqueza; se le antojaba que en esos cinco minutos viviría tantas vidas que no tenía por qué pensar en el último momento, de modo que tenía tiempo bastante para tomar varias medidas: calculó el tiempo necesario para despedirse de sus camaradas y había previsto que para ello necesitaba dos minutos; luego tendría dos minutos  más para pensar por última vez en sí mismo y, finalmente, un minuto para echar una postrera mirada a su alrededor. […] después de despedirse de sus camaradas, llegaron los dos minutos que se había reservado para pensar en sí: sabía de antemano en qué iba a pensar: quería representarse lo más pronto y claramente posible cómo era que ahora, en ese momento mismo, existía, estaba vivo, y dentro de tres minutos sería solamente algo […] pero decía que en ese instante nada era más penoso que la idea pertinaz: «¿Y si no muriese? ¿Y si volviese a la vida? ¡Qué eternidad!¡Y todo eso sería mío! Entonces haría de cada minuto un siglo entero, no perdería nada, llevaría la cuenta exacta de cada minuto y no malgastaría uno solo!»
[…]
     […] ¿Qué hizo después con toda esa riqueza? ¿Llevó la «cuenta» de cada minuto?
    ¡Oh, no! Él mismo me lo dijo… yo se lo pregunté… No vivió ni remotamente así y malgastó muchos minutos”

No por casualidad Myshkin es un príncipe en una época en que la aristocracia amaga claros signos de decadencia en Rusia. Es además un enfermo que ha pasado toda su infancia recluido en la casa rural de un médico suizo filantrópico dedicado a su enfermedad, la epilepsia, hasta lograr hacer remitir casi todos los síntomas y en especial los ataques. Obligado a abandonar este bucólico medio a causa de una carta procedente de San Petersburgo donde se le anuncia que se ha convertido en heredero de un familiar remoto y desconocido, Myshkin acude a la ciudad para comprobar la veracidad de la carta y recibir, si es el caso, la herencia. El periplo se inicia cuando Myshkin viaja en el tren que le lleva a San Petersburgo: el primer día de vida urbana, que coincide con el de su vida adulta, está tan cargado de impresiones y acontecimientos que su relato abarca una tercera parte de la novela.
A lo largo de este primer día, el príncipe Myshkin conoce a todos los personajes que le acompañarán durante el resto de su andadura y ante todos ellos, además de ante el lector, se presenta como un enfermo de idiotez en vías de curación. Curiosamente Myshkin conoce en ese primer día a varios enfermos: a un individuo enfermo de celos, a un general enfermo de indolencia, a su mujer enferma de ceguera, a una de sus hijas, Aglaya, enferma de arrogancia, a una mujer cautivadora pero enferma de orgullo llamada Natasha, a un joven tan insignificante como presuntuoso enfermo de resentimiento que exhibe su tuberculosis para hacerse perdonar sus impertinencias,  a un enfermo de usura que merodea en torno a todos estos personajes a la espera de la ocasión propicia para la extorsión,… 
En ocasión de estas nuevas amistades Myshkin exhibe desde el comienzo unas formas que desconciertan, fascinan e indignan según la ocasión a quienes le acaban de conocer. Pero a medida que avanza la novela y todos los personajes que le rodean empiezan a abusar de la buena fe del idiota, nos convencemos de que Myshkin es sin duda moralmente superior, puesto que la mezquindad ajena nunca consigue corromperlo sino sólo ensombrecerlo, o entristecerlo, aunque también lo convierten en alguien menos infantil de lo que había sido durante las primeras horas en San Petersburgo. Pero lo que parece más difícil de comprender es cómo consigue el príncipe eludir la maldad mientras la mezquindad de quienes le rodean aumenta de manera escandalosa al estrecharse su relación, hasta arrastrarle, en la última parte de la novela, a un auténtico descenso a los infiernos o, por lo menos, a las profundidades de la miseria y la abyección humanas. Y ésta es, precisamente, la cuestión: cuál es el secreto de Myshkin, en qué consiste su obstinada idiotez.
Durante el primer día de vida en San Petersburgo Myshkin revela ante los Yepanchin, la familia del general, una significativa historia que, según él mismo confiesa, le obsesiona. Esta historia contiene, junto con otro episodio, una clave para entender en qué consiste la virtud del príncipe y por qué es calificada por Dostoyevski de idiotez. Se trata del relato de un conocido que, tras haber estado a punto de ser ejecutado por un error judicial, sobrevivió y pudo explicarle cómo fueron los minutos de vida antes de la ejecución. (*)


No es extraño que a Myshkin le obsesione esta historia porque a pesar de ser un idiota es un tipo inteligente y bastante suspicaz. Su idiotez no afecta tanto a su capacidad de penetración intelectual o reflexiva cuanto a su comportamiento. Pero cuando el príncipe se entrega a este relato, al inicio de la novela, no es posible aún percibir hasta qué punto es elocuente. Sólo cuando la novela se aproxima a su final la verdad que encierra la experiencia del condenado a muerte resulta casi ineludible. Y es que, al desplegarse la trama –un  cúmulo de desatinos, deliberados unas veces y fortuitos otras, a partir de los que se va urdiendo la desgracia—  alcanzamos a ver la situación de los personajes en perspectiva y reparamos en su lamentable parecido con la del condenado a muerte: todos actúan desesperadamente, movidos en ocasiones por la conciencia de que cualquier cosa que pueda hacerse es inútil puesto que hay tan poco tiempo y ninguna recompensa más que la muerte; y en ocasiones embriagados por la sensación de ser los dueños absolutos de un tiempo de vida que les resulta un don excesivo, que les exige una responsabilidad que no están en condiciones de asumir.  Todos ellos actúan a sabiendas de que no hay una segunda oportunidad, de que esta vida es, como los últimos minutos de un condenado, lo único de que disponen: muy poco, porque una vida son apenas unos pocos años, porque sólo disponen de esos pocos años; demasiado, porque en esta vida hay que hacerlo todo, porque no hay una segunda vida donde vivir mejor.
Aunque la incorruptibilidad de Myshkin parece evocar la figura de Cristo, el príncipe es tan mortal, tan humano, como cualquiera de los personajes que le rodean. Sin embargo, a diferencia de ellos, no actúa de manera desesperada o angustiada, como si el hecho de ser un condenado, de padecer, como todos ellos, la enfermedad mortal, no alterara su comportamiento. El idiota elude el mal porque se sabe condenado a muerte, porque no olvida nunca que tal vez no exista una siguiente oportunidad para enmendar los errores. En este sentido es, a diferencia de sus amigos, de una seriedad extrema, pues abraza cada situación como si fuera la primera y la última, como si fuera decisiva, en lugar de dejarse arrastrar por la corriente y tomar una decisión apresurada confiando en acertar en otra vida o, tan sólo, al día siguiente.
Sin embargo es precisamente esta absoluta seriedad del idiota la que no parece humanamente sostenible. Como cualquier otro hombre, el idiota desea y, en algunas ocasiones incluso, desea cosas que no son compatibles. Su seriedad le impide negar estos deseos encontrados pero, por otra parte, afirmarlos simultáneamente tiene consecuencias indeseadas para él, como por ejemplo el sufrimiento de otro. Los efectos de la prudencia con que Myshkin dirime su deseo para evitar equivocarse o cometer una injusticia habían podido presentirse en el hecho de que el idiota no parecía escoger a sus amigos sino tan sólo dejarse rodear de quien quisiera acercarse a él. Pero se dejan ver con toda claridad en el momento en que, instado por Aglaya y Natasha a escoger entre una de ellas, Myshkin se siente incapaz de resolver entre su deseo de salvar la vida a una mujer a la que admira y que, sin él, acabará suicidándose o seguirá prostituyéndose, y su deseo por otra mujer que le atrae y le conviene. Incapaz de resolver, al fin, entre su sentido del deber y su sentido del placer. O, más sencillamente, incapaz de escoger. El idiota confía en poder trascender la inherente miseria de su condición humana hic et nunc. Pero parece que la única manera de conseguir evitar lo inevitable, a saber, el error o la maldad, es “colocarse antes de la alternativa”, igual que el seductor de Kierkegaard.
La finitud es una condición lamentable porque está indisociablemente unida a la temporalidad y ésta, a su vez, no puede sino abocar al error: no hay perspectiva que abarque todos los puntos de vista y que pueda ser, por lo tanto, perfectamente equilibrada y justa. Toda perspectiva es, por definición, sesgada,  parcial, errónea. Y sin embargo, para los seres finitos sólo hay perspectiva. Pero el idiota es incapaz de asumir esta determinación de su condición y de aceptar, por lo tanto, que puesto que es humano es preciso escoger e, inevitablemente, equivocarse. En este sentido Dostoyesvki tiene toda la razón al bautizar  al príncipe  como idiota: no por cuanto sea un pobre iluso, que no lo es, sino porque confía en poder librarse de la miserable condición a la que pertenece, la finitud, a fuerza de eludir el discernimiento, la elección. Pero por otra parte, como no es en absoluto un idiota en el sentido vulgar del término, es capaz de comprender que la opción de colocarse antes de la alternativa, es decir, la pasividad o la inacción, ni siquiera evita el mal sino que, al final, abre una nueva y tortuosa vía de sufrimiento. En su afán de comprenderlo todo y de perdonarlo todo, de observar el mundo desde un punto de vista más que humano, acaba convirtiéndose en un monstruo para la persona a la que ama. Y con razón un conocido le interroga un poco antes de que enloquezca “¿Adónde llegará usted con su compasión la próxima vez?”. El idiota debe admitir al final que la elección es, al mismo tiempo que la causa del error, la única manera de evitar el mal.
Es muy posible que sea la conciencia de este atolladero irresoluble la responsable de que Myshkin se suma al final de la novela en la locura, en una idiotez radical e irreversible que le impide discernir siquiera entre las personas conocidas y los desconocidos. Sin embargo, lo que no está demasiado claro es si la locura, o la idiotez, es para Dostoyevski la única vía posible de beatitud o si, por el contrario, representa el fracaso del irredento sueño de una vida humana lograda.

Elisenda Julibert
Barcelona, 8 de febrero de 2006





19 de septiembre de 2013

Reflex

No sufro mas por mi locura, esa que tantas desgracias me enseñó y ahora vive evitando a mi conciencia.

4 de septiembre de 2013

...Un experimento feliz.


(Introducción al método, seguimiento y conclusión)

PARTE PRIMERA

Vamos a establecer una escala de valores respecto de la tan deseada felicidad lograda durante el transcurso de la vida de un ser humano del 1 al 3 y del mismo modo estableceremos en orden inverso la respectiva escala descendente o negativa, es decir, desde el -1 hasta el -3, siendo el cero el punto de partida neutro que equivaldría al momento en que un feto desarrolla en el vientre materno los sentidos naturales que irán proporcionándole los habituales estados de ánimo. En el momento de su nacimiento ya podría haberse alterado nuestro baremo, pero se trataría únicamente de las conjeturas inherentes a la biología, materia esta de la que en principio optaremos por no plantear.
La idea inicial, radica en determinar las fases de la vida que va a ir consumiendo nuestro pequeño amigo desde diferentes puntos de vista tales como la genética o la espiritualidad. Para ello, deberíamos hacer un seguimiento paralelo con otros casos, opuestos entre sí, gracias a la hasta ahora diversidad de sociedades actuales. Un profundo análisis del individuo frente a sus semejantes y frente a su habitat. La historia nos revela que la evolución generalizada del hombre ha sido demasiado pobre, con retrocesos incluídos, tanto a nivel individual como colectivo, con objetivos tan reconocibles como el poder, la riqueza material, la fama universal, la plenitud moral o el disfrute más absoluto de la existencia.


Quienes a lo largo de los siglos nos precedieron, han contribuido en modo alguno a lo que nos hemos encontrado nosotros cuando nacemos, lo que vemos, lo que utilizamos o de lo que podemos aprender, como por ejemplo, que la ciencia o la religión no siempre ha contribuido en favor de la humanidad, o mejor, que en ocasiones han caído en las manos menos adecuadas. Por otro lado, durante los últimos doscientos años, algunas mentes preclaras  desarrollaron teorías filosóficas iniciadas en la antigua Grecia y aplicaron aquellas bases a su tiempo, lo cual explica la anti-evolución a la que refiero anteriormente.

Pero volvamos a nuestro particular estudio. Con un adecuado psicoanálisis durante las primeras fases del correspondiente desarrollo mental, adquirido en situaciones clave que le plantea la vida, el individuo ha podido experimentar distintas emociones: Su capacidad natural de asimilar tales emociones le permitirán interiorizarlas de forma más o menos drástica. Ahí interviene su entorno más cercano.
De todos los mamíferos del  planeta, al nacer, el hombre es quien más tiempo necesita de los cuidados maternos; un protectorado que, en el caso de alargarse en demasía, habría influido irremisiblemente en el posterior devenir de este, alterando sustancialmente su personalidad, su futuro y en consecuencia, el resultado del estudio. 

Esto es solo un ejemplo de los continuos cambios a los que está expuesto el individuo, siendo enriquecedor a todas luces y lo atractivo de la vida, de lo que ésta le puede ofrecer o vetar en función del azar o del destino.
Siendo "La Felicidad" el objetivo, pongamos que durante el siempre entrañable período de la infancia se podría llamar CURIOSIDAD, la fugaz adolescencia le otorgaría matices más hormonales, siempre tan incontrolables ,que le llevarían por la más ridícula de las decisiones, llamémosle PASION; para el paso a una etapa más madura y por lo tanto, decisiva, buscaríamos algo más sugerente: INCERTIDUMBRE. Tras esta última y una vez definida, se daría paso a la DEDICACION, al AMOR, al SACRIFICIO, a la SATISFACCION, la REFLEXION...  aunque desafortunadamente no siempre es así. Tras estos titulares existen otros menos deseables, pero presentes en mayor o menor medida: LOS MIEDOS.

Ahora que tenemos algo más estructurado el camino, hemos de tener en cuenta el carácter que define al individuo. Tan dificil es conocer al extrovertido como al introvertido. SU felicidad no ha de ser obligadamente otras divinamente estandarizadas. SU felicidad es SU deseo, pero ha de saber que la ausencia de éste aleja el camino que lleva a aquella. Cuestión de equilibrio. 

Tengamos en cuenta por tanto,que los planes de futuro del individuo ayudan a tener un presente medianamente responsable, es decir, sacrificio a cambio de un objetivo. Sin embargo, es el presente y la intensidad con que lo viva lo que perdurará y recordará. Esto establecerá con mayor verosimilitud unos resultados más concretos acerca de sus niveles de Felicidad.
En definitiva, sería relativamente fácil deducir con cierto criterio desde un prisma autorizado. No siendo este el caso, podríamos atrevernos a evaluar al menos una nota media de los resultados definitivos.
En primer lugar deberíamos aclarar que ningún premio seduce más como el de una vida plena y aprovechada al límite. A grandes rasgos y sin matices.

El CERO (0) constituye la intrascendencia. Lo banal, el miedo, la ignorancia por la seguridad, lo criticable por lo criticado, la educación conservadora por una planificación monárquica. Quizá el valor más extendido y en su mayoría, muy a su pesar.

El UNO (1) lo disfrutaron aquellos "granujas" a los que su naturalidad, empatia y carisma les abrió las puertas de lo desconocido. Sus momentos de hundimiento son los más introspectivos y dolorosos pero siempre resurgen de sus cenizas.

El DOS (2) equivale a unas aptitudes naturales que convergen entre la serenidad y la valentía. Aprender de errores pasados, no arrugarse ante la adversidad y explotar la inteligencia de quien apuesta casi sobre seguro.

El TRES (3) no concede fisuras a la vista. Obviamente, se trata de una referencia. Supo sobreponerse rápidamente en los momentos más difíciles al tiempo que sus virtudes tapaban cualquier duda. Un privilegiado.

El UNO NEG. (-1) es feliz todos los dias. De otro modo, qué dirían de él. Vive la vida de los otros. Algo huraño y resignado a lo que le dió la vida, no valora lo que tiene sin desear lo ajeno.

El DOS NEG. (-2) tuvo mala suerte. Tan mala que se daba de bruces con ella todos los dias. Sabía que si algo malo iba a pasar, corría a provocarlo por si no ocurría, siendo peor la posterior situación.

Su momento más feliz fue el dia en que nació. Después llegó la decadencia.

El -TRES  NEG. (-3) tenía días. Los más activos solía dormir alrededor de 18 horas. A pesar de ser el gran devoto de su venerada religión, tenia los pecados capitales repartidos a lo largo de la semana. Difícilmente comprendía por que la gente reía y se divertía. ¡Aquello si era un pecado sin indulgencia posible!

Amén del tono sarcástico-inquisitorial del asunto por parte de quien suscribe un relato que demanda el I+D necesario, he de decir sin temor a equivocarme que el humor es la fuente más fiable para ser feliz.



9 de junio de 2013

P.C.A.M. Estafa desde el poder

El programa de subvenciones de la C.A.M. perpetra un nuevo capítulo de "La suma de todos". La última fechoria recoge unos tintes de complicidad que compromete al sector de la Energía y más concretamente al gremio de instaladores eléctricos en el llamado Plan Renove de cuadros e instalaciones domésticas. Tales ayudas no existen; aunque si sobre el papel: 120 euros que el propio instalador debe asumir al tiempo de estar tentado de maquillar con un aumento en el presupuesto o factura, dejando con esto de ser competitivo frente a otros. La misma publicidad de este plan-decreto ha de ser financiada por las empresas instaladoras, eso si, con el "respaldo" de la Prestigiosa Comunidad Autónoma de Madrid, la misma que en estos días anda tras la búsqueda de posibles mecenas que pujen para la gestión de aquellos seis fantásticos hospitales que revolucionaron la sanidad y pusieron a los madrileños y madrileñas en el candelero a nivel mundial. Esto pertenece a un sistema político que recurre al delito cuando se ve ahogado por la falta de fondos y que es insolvente a la hora proponer auténtica política social.

1 de abril de 2013

...EL PACIENTE DEPRIMIDO



Los profesionales de la salud muestran una preocupación legítima por los pacientes con signos manifiestos de depresión. El enfermo que llora a menudo y con facilidad, o que expresa ideas sobre la muerte, plantea un serio problema al equipo. Antes de llegar a esta fase, posiblemente presentó signos de depresión leve que no fueron reconocidos como tales: incapacidad para concentrarse, insomnio, falta de apetito, estreñimiento, amenorrea, impotencia o desinterés sexual. Es posible que se presentara descuidado y sin afeitar. Tal vez expresara ideas de desesperación, indiferencia. desamparo o incluso insinuara la posibilidad de suicidarse. La mayoría de esos pensamientos guardan relación con la pérdida de su autoestima. También puede haberse observado un cierto deterioro de su actividad motora, como por ejemplo habla y movimientos lentos. Cuando la depresión se reconoce como tal, el profesional puede sentirse inclinado a actuar, pero a veces duda por temor a que esto empeore la situación. Es difícil que pueda causar un ulterior deterioro, ya que es muy probable que los motivos de la depresión estén profundamente enraizados y no se relacionen con tales actividades. Por otra parte. mostrar interés, dedicar tiempo al paciente y escucharle son acciones terapéuticas en sí mismas. Es importante que el profesional deje decidir al paciente en qué medida y cuándo desea comentar cualquier material con carga emocional.

 En determinadas circunstancias. la depresión constituye una reacción normal. El individuo que ha perdido a un ser querido, que ha sufrido la amputación de una pierna o al que se ha establecido un diagnóstico de enfermedad incurable tiene el derecho a estar deprimido y acongojado. Es probable que manifieste aburrimiento, un menor interés por su entorno y una tendencia a reflexionar sobre su pérdida. No puede esperarse que permanezca alegre en esas circunstancias. A medida que se vaya adaptando a su nueva situación vital, se reconciliará consigo mismo y generalmente desaparecerá la depresión. Los profesionales de la salud pueden ayudar a estas personas escuchándolas mientras hablan y animándolas  a explorar sus sentimientos. Esto les permitirá liberarse de su apego a la pérdida y les estimulará a buscar nuevas relaciones.

El paciente que grita, llora, solloza o gimotea está expresando desamparo. Su pérdida de control hace sentir incómodos a la mayoría de los miembros del equipo, y sin embargo, el llanto puede ser terapéutico en ciertas situaciones. Por ejemplo, un profesional que permanece con el paciente y le dice sosegadamente: «Comprendo lo difícil que es este momento para usted; a veces llorar resulta útil en tales circunstancias», está haciéndole saber que llorar es aceptable y que no está solo en su dolor. Una vez que el paciente sea capaz de controlar las lágrimas, debería animale a expresar lo que siente sobre los problemas específicos que le llevaron al llanto. No es infrecuente descubrir que factores tales como un fracaso en el trabajo, la soledad, preocupaciones relativas al aspecto físico o una sensación de pérdida de masculinidad o feminidad son los que han desencadenado la reacción emocional. Comprender la visión que tiene el paciente de las circunstancias acrecienta la capacidad del profesional para ayudarle a recuperar una actitud positiva y enfocar su vida de una manera realista y razonablemente esperanzada.

 La depresión que no se basa en una realidad externa, que se vuelve crónica  requiere una actuación a mayor escala. Por ejemplo, cabría esperar que un paciente al que se le acaba extirpar un tumor benigno se sintiera aliviado y feliz al saber que no es necesario ningún otro tratamiento. El profesional de la salud tendrá motivos de preocupación si el enfermo rechaza este diagnóstico, sigue convencido de que todo el mundo miente y cree que va a morir. En este momento, los esfuerzos del profesional deberían encaminarse a ayudar al paciente a hablar sobre su infelicidad. Es posible que, a medida que hablen, vayan descubriendo la situación que subyace a la actitud insatisfecha del enfermo.  El problema tal vez radique en algo que el paciente encuentra demasiado difícil de afrontar. En tal caso, pueden estimularse pensamientos más realistas. Al mismo tiempo, el profesional debe intentar que el enfermo acepte su estado actual repitiendo los hechos positivos que concurren en su situación; es decir, que la sangre trabaja normalmente, el informe patológico ha resultado normal y la recuperación progresa de modo satisfactorio.

La depresión importante requiere un apoyo continuo al paciente por parte de todos los miembros del equipo. El enfermo con una depresión grave apenas tendrá deseos o energías para actuar. Generalmente no querrá hablar ni participar en terapia alguna porque creerá que no sabrá comportarse y temerá mostrar sus debilidades.
De esta forma se acrecientan sus sentimientos de incongruencia o inutilidad. Por lo tanto; el profesional ha de asumir la iniciativa de introducir al enfermo en las conversaciones o actividades. Sin embargo, no debe esperar que éste se muestre complacido o agradecido por ese cambio en su modelo de conducta. Es posible que el paciente llegue a encolerizarse por la actuación: En realidad. esto es un signo de mejoría, pues la depresión constituye en gran parte el resultado de la ira enfocada contra uno mismo e interiorizada. El enfado con otra persona ayuda a exteriorizar ese sentimiento y hace que sea menos destructivo para el paciente.

Los pacientes deprimidos suelen necesitar una gran cantidad de cuidados, aceptación y atención. Nunca parece suficiente lo que se hace. Su nivel de sensibilidad es tan elevado que un comentario del tipo: «Ahora mismo no puedo ir a la tienda de regalos por usted, pero iré más tarde cuando me quede un poco de tiempo, puede ser interpretado como un rechazo. Las necesidades del enfermo nunca pueden satisfacerse por completo, lo que le induce a sentirse en todo momento defraudado, frustrado y despreciado.

A menudo el comportamiento de la persona deprimida es muy infantil. Los familiares, amigos y profesionales pueden llegar a agotarse, e incluso enojarse, al ver que sus esfuerzos por mejorar la situación fracasan una y otra vez. No es infrecuente que las personas implicadas en el cuidado del enfermo renuncien a su empeño diciendo: «Me rindo. Haga lo que haga. nunca es bastante. Esto aumentará los sentimientos de rechazo e inutilidad del paciente.

Al principio, el enfermo deprimido recibe normalmente una cantidad adicional de simpatía, atención y comprensión. Sin embargo, el precio que hay que pagar por este logro secundario es el agotamiento, considerando todos los extremos a los que a menudo recurre el paciente, abuso de drogas o alcohol, amenaza o intento de suicidio o auto-negación de cualquier momento de placer. Puede llegar incluso a la necesidad de ser el centro de atención. En un caso, un adulto joven se tomó una sobredosis de fármacos porque se sintió eclipsado por su hermana en una cena familiar.

Todos los pacientes deprimidos tienen sentimientos de futilidad. Lo expresen o no, es muy probable que en algún momento rayan tenido deseos de matarse.
Con frecuencia los profesionales de la salud identifican tales sentimientos en el curso de una conversación, quizá después de que hayan percibido que el enfermo parece especialmente turbado y hayan sacado el tema a colación: «Me gustaría estar muerta., «Si tuviera un frasco de pastillas. me las tomaría., «Mi familia puede aprovechar el seguro de vida., «¡Yo le enseñaré!. «¡Me las pagará!, son frases habituales del paciente deprimido. Tales afirmaciones deberían tomarse muy en serio. Es necesario que el profesional de la salud se encare con el enfermo y le pregunte qué plan o método utilizaría para llevar a la práctica su amenaza. Pensar «Oh, sólo lo dice; nunca lo hará realmente, es un espejismo peligroso. Es la excusa que uno se da a sí mismo cuando es incapaz de concebir la idea de un suicidio consumado, llevado a cabo por uno de los pacientes.

En un caso, un enfermo le dijo a un profesional de la salud que le gustaría «acabar con todo esto». El atareado profesional no hizo caso a la insinuación, y esa misma tarde el paciente tomó una sobredosis de pastillas que había mantenido ocultas desde el ingreso. En otra situación, un profesional diligente observó que una enferma con depresión establecida caminaba con un paso peculiar al salir del comedor. La siguió hasta su habitación y le preguntó si algo iba mal. Al hablar, el profesional mostró un interés genuino por la paciente. Como resultado, ésta le dio un cuchillo que había escondido. En un tercer caso, un paciente le dijo a un miembro del equipo que estaba pensando suicidarse cuando volviera a casa. Tras ser dado de alta, así lo hizo.

El paciente que está inquieto, agitado o camina continuamente de un lado a otro muestra síntomas indicativos de que necesita una actuación inmediata. A menudo pedirá ayuda diciendo: «Parece como si fuera a salirme de la piel» o «Me siento como si fuera a explotar». Debería someterle a una estrecha observación con el fin de prevenir cualquier acción auto-destructiva. Por lo general. está indicada la administración de algún fármaco para reducir la agitación.

 El enfermo que piensa en el suicidio está desesperado. Su pensamiento y su juicio están alterados a causa del estado emocional depresivo. Por consiguiente. deberían tomarse todas las precauciones posibles para protegerle de su incapacidad para controlarse. No hace falta subrayar la necesidad de advertir al médico y al equipo del siguiente turno sobre las ideas y afirmaciones del paciente.

¿Cómo enfocar la relación con el paciente deprimido?

Inicie  el acercamiento.

 «No parece muy feliz hoy. Quizá le sirviera de ayuda hablar sobre lo que le preocupa.» Esté atento al potencial de auto-aniquilación del paciente que muestre escaso interés por sí mismo o haga afirmaciones relativas al suicidio.

Ayude al paciente a tolerar su enfermedad hasta que pueda ver la situación  y pensar en ella de forma distinta.

Cuando un enfermo habla sobre el suicidio, el profesional de la salud debe recalcar su interés por él, al tiempo que le hace saber que el equipo puede encargarse de sus necesidades y protegerle hasta que se sienta recuperado. Es adecuado decirle: «Me da la sensación de que se siente desdichado. Las personas tienen a menudo estos sentimientos cuando están enfermas y necesitan ser protegidas temporalmente de sí mismas. El equipo y yo mismo no dejaremos que se lesione, sino que le protegeremos hasta que se recupere.» Proceda a tomar todas las precauciones que considere necesarias.
 Dígale al paciente que reconoce y entiende sus sentimientos.

Dígale que ha conocido a otras personas que ocasionalmente se han sentido de
la misma forma. Puede ser oportuna una frase como: “Cuando surge una situación de este tipo. la gente tiende a sentirse desamparada antes de poder reflexionar sobre ella exhaustivamente.»

Haga saber al paciente que para usted es una persona respetable.

Subraye su participación en actividades. «Indudablemente nos está ayudando al rellenar esas tarjetas.» Sin embargo, no exagere las adulaciones, pues un exceso de elogios a menudo refuerza su sensación de que usted se está compadeciendo, porque él es una persona despreciable. Demuestre al paciente que se preocupa por él.
 Permanezca con el enfermo. admita sus silencios y tolere sus lágrimas. No presente una actitud crítica. Acepte su situación.

Procure que el paciente deprimido no tome decisiones importantes.

            Quizá esté pensando en vender su casa. hacer un nuevo testamento. comprar o vender un stock o divorciarse. Consiga que retrase tales acciones.

Preste atención a la higiene diaria del paciente.

Ofrézcale asistencia y dirección cuando sea necesario. No permita que llegue a tener un aspecto descuidado porque carece de la energía necesaria para peinarse. afeitarse o cambiarse de ropa.

Mantenga la calma y el control con el paciente que adopte una actitud de dejadez.

Sea consciente de sus propias frustraciones y esfuércese por no ignorarle o rechazarle. ya que lo único que conseguiría con ello es aumentar su sensación de ser despreciable.

A medida que mejore, ayude al paciente a reorganizar sus capacidades y aptitudes de una forma realista y esperanzada.

Dele esperanza indicándole su convencimiento de que pueden hacerse cambios y encontrar soluciones alternativas para sus problemas.

Planifique las actividades de acuerdo con el grado de depresión del paciente y el lugar en el que está siendo tratado.

Si resulta factible. la participación activa en deportes constituye una forma útil de descargar la agresividad. Las tareas para el enfermo deberían ser simples y no precisar concentración; por ejemplo: 
1. En casa: encerar los muebles, doblar la ropa, limpiar las verduras. 
2. En el hospital general: elaborar nuevos registros, copiar noticias para el equipo de enfermería, regar las plantas. 
3. En la institución psiquiátrica: terapia recreativa (trabajos manuales. baile. pintura. poesía). terapia ocupacional (carpintería. lijado de muebles. mecanografía). clases de arte o poesía. Las sesiones de terapia individual o en grupo también constituyen un factor terapéutico importante.

Deje al paciente mucho tiempo para reaccionar y responder a la relación que usted intenta establecer.



(Doc. extraído de red profesional de la salud)


11 de enero de 2013

La niebla breve

8.16 a.m.

Suelo morir en mis sueños. Tal suerte me sobrecoge de una manera indescriptible y despierto en la habitación vacía. Me lleva unos segundos asimilar el siniestro "deja vu", y una fugaz reflexión me devuelve a la realidad manchada con un pasado virtual, un lastre a modo de equipaje del que solo una motivación alucinógena podría liberarme y esta persigue mis instintos hasta darles caza. Entonces comienza un nuevo dia.
El reloj advierte de mi retraso respecto al mundo y más tarde es un viejo calendario de cristal quien percibe mi existencia dándome respuestas a preguntas absurdas. Hoy se ha mostrado cruel, aunque no siempre fue así. El paso del tiempo le revela huraño.
Pocas veces me replanteo las experiencias oníricas y, dado que la última hizo mella en mi sistema nervioso como nunca antes lo habia hecho, encontré un hueco en mi estado consciente para evaluar los posibles daños. A priori, una clara conclusión me llevó a dictaminar la personalidad que nos otorga el subconsciente y, verdaderamente, resuelve ciertas lagunas que no conviene olvidar. El modo de proceder dentro un mundo subliminal autofabricado, da rienda suelta a las neuronas dueñas de la información más oculta, pasando a ser las protagonistas que ponen a prueba nuestro concepto del pasado, presente y futuro. El curioso hecho morir en un momento del sueño enciende al máximo ese instinto de supervivencia, altera cada órgano del cuerpo que lo abriga y devuelve al cerebro su capacidad de reacción para salir del karma. De otro modo, podría experimentar dios sabe qué. 

2.14 p.m.

Vivir de estímulos me hace llevar una existencia más calculada, conozco la carencia de estos y desestabiliza a muchos niveles pero también provoca al fuero interno mostrando un lado más auténtico, me hace salir de lo establecido para hacerme sentir más vivo; atractivo y peligroso juego el de entrar y salir repetidamente de la sociedad en la que nací y me eduqué. 

5.39 p.m.

La filosofía de una vida viene adherida al individuo de forma muy personal, cualquier influencia encontrada no es sino una prueba en el camino de la que solo se puede salir dañado, sus víctimas dejan de ser libres. Batallas que se libran cotidianamente en busca de pequeños triunfos reforzando argumentos propios y creando sumisiones por doquier. El temor a equivocarnos nos hace ser demasiado pragmáticos a la hora de tomar partido en un conflicto, es un riesgo que hay que tomar. Rectificar no debería sino asumir dignamente una decisión rodeada de circunstancias.

10.34 p.m.

Palabras, palabras.. palabras encadenadas que buscan significados sin el ánimo de vender, solo de comprender. 

1.02 a.m.

El hombre en la oscuridad me lleva a la luz que nunca vió.
7.46 a.m.

La niebla breve. Penetro. De nuevo sumido en la indefensión perpetro la estratagema urdida durante el periplo:

 ㅠㄹ모ㅛ누.ㅣㅑ다ㅡㅌ타ㅓㅏㄴㅍ나