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18 de julio de 2016

... vivir



"Un país que no lee es un país instalado en el miedo".



Hoy quiero dedicar unas líneas a la extraña sensación que sentimos cuando carecemos de libertad, a veces denostada por nosotros mismos, ese sentir que nos condena, que nos impide el libre pensamiento, y que lo llamamos miedo, temor. 

Como señalo en la frase primera, quisiera detallar algunos hechos sobre la cual me refiero, a modo de reflexión o estructura personal; debido a las percepciones diarias a las que nos sometemos, bien sea en el ámbito sentimental, laboral, o de cualquier otra índole, se nos presenta la posibilidad de crecer como personas racionales que en principio se nos presume, de aprender de los demás y de la vida misma, del entorno  y de ese otro mundo del que ahora más que nunca oímos hablar y del que en la mayoría de los casos desconocemos. A ese desconocimiento es al que voy a ir desgranando del modo más directo posible para ser yo mismo el primero que intente comprender a través de la lógica, sin paroxismos ni medias tintas.

Tengo para mí que hemos entrado de lleno en un momento crucial como raza perteneciente a una civilización de avances, pero al mismo tiempo, brota un retroceso general del que debemos huir inmediatamente si no queremos hundir el futuro de quienes han de heredar nuestros actos. El hombre ha descubierto algo temible, una herramienta para la que no está preparado y que trata de digerir embrollado en la dificultad. Es evidente plasmar tal descubrimiento tecnológico, y este no es otro que Internet, en intereses puramente bursátiles, dejando así en el camino un reguero de voraces consumidores sin la formación necesaria pero útiles financiadores de un fin aún por dilucidar.

Tal desconocimiento nos hará quedarnos en el camino, y es por eso que la ignorancia en la que nos vemos inmersos es proporcional a la creciente ola de información que nos asalta cada día como producto de inmediato consumo. Este hecho nos aísla, nos aparta incluso de nosotros mismos como individuos, nos impide pensar en definitiva.

Pero dejemos de lado por un momento la velocidad de nuestro tiempo y centrémonos en la verdadera libertad que aún poseemos, la libertad para ser esclavos en tiempos de libertinaje creado y olvido del pasado o bien la libertad para ejercerla sin temor con nuestros semejantes, la de dar sin esperar nada a cambio. A mi modo de ver, entiendo como harto difícil lo segundo si no tratamos de entender el sentido de nuestra existencia, esa filosofía que ha de estar en cada detalle y que pasamos por alto. Existe el miedo a que nos dañen sin saber del daño que nos hacemos con tanto miedo, huimos de su proximidad con recelo, por la desconfianza a la que nos lleva la ignorancia, como el niño que quita la vida a un insecto por presunción, por el equivocado instinto de supervivencia, a causa del intelecto aún por desarrollar, y lamentablemente extrapolado a los adultos poco interesados en el conocimiento de las cosas.

Es indudable que el paso de los años nos convierte en quienes quizás nunca hubiésemos sospechado como también existen personas hechas a sí mismas, y estas son quienes calan cuando tenemos la fortuna de conocer, son quienes realmente nos aportan, porque se han enfrentado a sus demonios y los han vencido, porque desde su libertad nos muestran el camino en ocasiones sin pretenderlo, simplemente actuando con serenidad ante las circunstancias  sin otra dirección que la de su propio carácter, y ese proceder fortalecerá una vez más sus ideales por más irrelevantes que puedan parecer.


Tememos, eso es real, y en la mayoría de las veces más de la vida que del final de esta, tenemos ser ignorados, tememos ser elocuentes, tememos ser observados, víctimas del odio ajeno o incluso del propio, tememos perder lo logrado, conocer misterios, revelar secretos, tememos decir nuestra verdad y tememos escuchar la de los demás, tememos explorar territorios, nos aterra descubrir nuevos caminos.. sin embargo negamos tales evidencias sumando a nuestro orgullo otra gota más de profundo pesar.

(Continuará)