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28 de octubre de 2016

... Octubre



Y sonó la alarma. Pero fue el modo inconsciente de un pensamiento lo que perturbó mi sueño. Un grillo rezagado me regaló sus últimos compases poco antes del alba, entonces quise ver una imagen a través del cristal, un rostro, una figura tal vez, la silueta que mi propia imaginación estaba componiendo entre la oscuridad de la habitación y el recuerdo de una mujer por descubrir. Apenas acerté tanteando la mesilla y la melodía dejó de sonar, mi mano regresó al calor de las sábanas queriendo contar a cualquier extremidad de mi cuerpo su fría experiencia unos centímetros más allá de los límites de la cama. Fue entonces cuando abrí mis ojos, entornados hacia la ventana cubierta de vaho. Unas gotas de lluvia golpearon el vidrio salpicando formas sin cadencia alguna. Por lo demás,  sólo el silencio.
A lo lejos, la falda de la montaña. Las  luces de otras noches permanecían, al abrigo de una carretera que se perdía en el horizonte. No me levanté. Saboreaba el momento que necesitaba días atrás. De repente algo rozó mi espalda, parecía orgánico, un roce familiar y a la vez extraño. Me giré, y no vi nada. Al cabo volvió a suceder pero esta vez quedé inmóvil, esperando. Ahora era un fino roce el que dibujaba signos, quizá palabras, no tengo certeza excepto que ese contacto se multiplicó por cinco, después por diez, era como un iceberg. Sentí algo sobrenatural cuando otro roce recorrió desde el talón hasta la corva con lentitud, noté un pálpito en el gemelo, apreté mis ojos con fuerza, la sensación llegó a provocarme de tal modo que no conseguía procesar en mi cerebro un estímulo  desbordando todo pensamiento, todo intento de rebelión, la suavidad se ramificaba, engullía mi cuerpo lentamente quedando desposeído de él, rendido y sumiso.
Entré pues, en estado de somnolencia, retozando entre suspiros; un martes cualquiera sin ser este habría de subestimar la experiencia, este martes pertenecía al lunes como una prolongación de los hechos. Fue así como di vida a sus palabras, a sus intenciones, a todas las sugerencias camufladas en escritos, podía tocar las letras que dibujaban jeroglíficos en mi vientre.. paradas en los labios, lascivas en cada rincón de dos pieles, la frágil respiración mezclaba el sonido de la lluvia y el lamento del pecado, no supe hasta entonces lo que era desafiar a la imaginación.
De ese modo fue como pasé mi primera noche en el nuevo apartamento alquilado, un pequeño bloque de seis viviendas al norte de la ciudad perdida, el lugar que elegimos para empezar una vida alejándonos del pasado. El tiempo no espera a nadie, eso es un hecho. Una tras otra, las noches se sucedían en batallas frente al destino. Cuatro paredes de un dormitorio encarcelando mis deseos. Ella seguía allí, como el día que fuimos a ver el piso, le encantó. Quedaba cerca del taller y estaba bien comunicado. Y seguía allí. No quería dejarme sólo.