No tenemos por qué vivir aquí, podríamos hacerlo en cualquier sitio. No tendría porqué ser de ese modo. Podríamos hacerlo de un modo distinto, distinto cada día, como distintos serán esos días en que nos miremos, será distinto a todo, a todo lo vivido en ausencia del otro, pues nada habremos de tener salvo el brazo que nos rodea el cuello cada mañana, la voz que escuchas en el despertar, un rocío que alimenta y apaga nuestra sed, el eco del mensaje que necesitamos como al aire. No tenemos porqué vivir aquí, en el recuerdo o en el olvido de paredes huecas y vidas pasadas. Somos el presente que nadie observa, basta una mirada para saber que te quiero en este y en millones de lugares que podrían estar esperando ser descubiertos, ser comprendidos, de dejar de ser ignorados por quienes no saben de su magia. Ambos somos la magia que precederá a los días tristes, que prevalecerá dominante ante nuestros temores. Nada hemos de temer.
No tenemos porqué vivir aquí, ni allí, porque lo haremos en el pensamiento del otro.
