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4 de julio de 2019

Por la vereda



Caminando caminando por la vereda, observé una pava aliñada tirada en el suelo. Si los porros tirados pensaran, diría yo: ¡Qué placer desaprovechado fui! Entonces pensé en probarlo, -¿Qué importa? - me dije. Me acerqué al singular y presunto desperdicio para, seguidamente, agarrar delicadamente su cintura con los dedos y llevarme el ocaso de  su existencia a los labios. Seguía encendida, apenas sin luz. Una vez consumidas las pavas, la mayoría de los pavos las arroja al suelo y, con una absurda expresión en el rostro, se dan la vuelta tras pisar retorciendo, con desdén, el pie sobre su particular y a priori gratuito objeto de deseo. Yo me la quedé. Fue un acto inconsciente. Y el efecto no tardó. Comenzó con una ligera sensación de cansancio, al cuál me iba acostumbrando paulatinamente, cuando de repente, el tiempo dejó de existir. Aquella pava habíame calado hondo. Dentro de mi sangre, por las corrientes de mi organismo, sentía su esencia, cada vez más vigorosa.
Anduve vagando por un tiempo indeterminado, sin rumbo fijo, inmerso en mis pensamientos. Copulaba con aquella fuerza invasora que fluía por mis venas, dirigiendo mi destino. Este, me llevó a un lugar el cuál me resultó extrañamente familiar. La música que rompió el silencio, sonaba en mi mente de un modo cada vez más nítido, más poderoso. Cientos de melodías giraban alrededor de mi cabeza.


Aquel lugar pertenecía al recuerdo de los amores pasados, donde las personas comparten sus vivencias, sus miedos, sus ilusiones.. donde se hacen las promesas.


No sé cuánto tiempo transcurrió. Esa medida se invalida cuando se trata de alucinógenos, metáfora de todo, realidad de la nada. Y una imagen presente.

Caminando caminando por la vereda regresé a mi morada, donde hubo un tiempo en que habitó el deseo, y donde hoy lo hace la culpa.