Henry quebró el silencio algo incómodo. La cena prometía ser cuanto menos divertida, pero algo sucedió en aquel inesperado encuentro.
- Si me ocurriese algo en casa, y dado que ya vivo solo.. ¿creéis que los gatos se comerían mi cuerpo? No sé, imaginad la situación: pasan las horas, nadie acude extrañado por mi ausencia.. los días..
Una mosca cruzó la mesa. El silencio continuó tras el zumbido. Henry observó rostros vacíos a su alrededor y comenzó a trocear el pollo asado servido. A Helen le encantaba comer pollo asado en Navidad en casa de sus abuelos y sin embargo, tenía la mirada perdida. Siendo tan perspicaz, no pudo al menos salir al escenario dialéctico con alguno de sus ingeniosos comentarios. En cambio Roger parecía mirar al anfitrión con recelo tras la cuestión planteada. Tampoco abrió la boca. Roger y Henry se conocieron en una entrevista de trabajo convocada por unos analistas de Essex en Londres. Ninguno consiguió el empleo, pero una espontánea amistad surgió en aquellas oficinas. Después pasó lo de Helen. Lo de Helen con Roger. Su querida esposa follando en su propia cama con aquel hombre a quién, pasados los años, llegó a estimar de un modo casi reverencial. Pero ya habían pasado más de dos horas de aquello, y a Henry le había dado tiempo a preparar el asado y colocar su mejor vajilla para la ocasión. Al llegar a casa, después de una dura jornada de trabajo, su mundo se desmoronó. Y perdió el control. Todo transcurrió en menos de dos minutos. Apenas hubo forcejeo.
Henry prosiguió con la cena sin más, pensando en si realmente sus gatos serían capaces de devorar un cuerpo humano en aquella hipotética situación.
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